Hoy día, procuramos, en medida de nuestras posibilidades, tomar nuestras propias decisiones. Hemos intentado creer que, lo que hoy tengo, se ha generado por mis propios resultados. Sin embargo y procurando ser lo más objetivos y certeros posibles, muy probablemente no tenemos la capacidad ni la posibilidad de que, nuestra realidad, nuestro presente, sea el resultado último de nuestras propias decisiones.
Para tratar de hacer ver la condición en la que tomamos decisiones y vivimos nuestro día a día, te cuento parte de mis ejemplos personales. Hoy día, no me gusta comer huevo cocido, ese platillo que surge de poner un huevo crudo, en agua caliente (hirviendo) para que, posterior a unos minutos, el huevo se encuentre cocido (huevo duro) y puedas comerlo al quitarle la cáscara. Al menos en mi infancia, no tuve la oportunidad de probar ese “manjar”, no hubo la posibilidad de degustar el platillo que me permitiera emitir un juicio al respecto de su sabor. Si bien, es claro que ese huevo cocido o huevo duro, como muchos le dicen, provoca un fuerte olor a huevo, es un alimento que dista mucho de estar siquiera en mis opciones de desayuno o comida. ¿Será entonces que mi fala de gusto por ese platillo es debido a la falta de encuentro cercano con él en mi infancia? ¿Será que no me acostumbré a temprana edad a su olor y sabor, por lo que ahora no es de mi interés tenerlo cerca?
Aquí va otro ejemplo en mi vida. La primera vez que fui al circo, fue en mi cumpleaños número 18, quien era mi novia en ese entonces, me obsequió los boletos para que fuéramos al circo. El regalo surgió después de alguna plática que tuvimos, donde le conté que no había ido al circo en mi infancia, debido al temor que tenía mi abuela a los trapecistas y el riesgo que tenían de caer al suelo al estar realizando su espectáculo. Parece una broma, pero el temor de mi abuela ante el volar de los trapecistas, al menos a mi madre, la llevó a evitar que nosotros fuéramos al circo, lo que provocó la falta de interés de mi parte, por disfrutar de espectáculos como este que eran frecuentes en mi ciudad natal. Será entonces que, derivado del temor y angustia de mi abuela, ¿es que yo no tuve la oportunidad de disfrutar del circo en mi infancia? ¿Habrá impactado este hecho, del temor de mi abuela al riesgo de los trapecistas, para que todos sus hijos se alejaran del espectáculo circense?
Como tercer ejemplo para poder dirigir la atención a la toma de decisiones en la vida, les platico. Mi papá tuvo la oportunidad de realizar varias obras de construcción por muchas y variadas ciudades del país. El disfrutaba mucho el conducir por carretera y conocer nuevos lugares. Recuerdo en particular uno de los viajes que hicimos de la Ciudad de México a Oaxaca, en un camión de redilas de tres y media toneladas, el viaje duró más de 12 horas, considerando que, en aquel entonces, no había autopista y la carretera cruzaba parte de la sierra, por lo que era lento y tardado el trayecto. Yo tenía apenas 7 años de edad y me la pasé cantando, partir de la hora número cinco, “ya vamos llegando a Pénjamo…”. Como ese viaje hubo muchos más, algunos de vacaciones con toda la familia, algunos otros yo lo acompañaba a la zona de obra donde él trabajaba, otras tantas fueron solo para conocer lugares, pueblos, ciudades. Derivado de lo anterior, entonces: ¿Mi gusto por viajar surge por el gusto que me inyectó mi padre en la infancia? ¿Será que mi manera de vivir, buscando nuevos lugares, horizontes y nuevas aventuras, tiene como origen la gran cantidad de viajes que tuve la oportunidad de hacer de niño?
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