Solo por un instante, hagamos una pequeña pausa para agradecer lo vivido, porque dentro de mis tragos amargos, en la sumatoria de mis días, tengo mucho más que agradecer que por aquello que pudiera yo quejarme. Gracias por el resultado positivo, hasta el momento. Te platico un poco de mi vida, para que entiendas porque sugiero que hagamos una pausa.
Vengo de una familia con dos padres que me enseñaron mucho de la vida, que me corrigieron todo lo posible e hicieron su mejor esfuerzo conmigo. Tengo un par de hermosas hermanas con la que discutí en su momento, pero que ahora son mis amigas y las amo con locura. Tengo sobrinos que han sido mi fascinación desde que llegaron a este mundo y me siento sumamente orgulloso de todo lo que hacen.
De mi infancia, el primer amigo que recuerdo se llama Rogelio, resulto que, en la madurez, a ambos nos gustan las motocicletas. Crecí en una colonia popular donde pude disfrutar de la lluvia en bicicleta, el parque jugando béisbol y que fueran a mi casa para tocar la puerta y pedir permiso a mi mamá para que saliera a jugar. Tuve la fortuna de recibir educación en una primaria que fomentó el valor de hablar en público, de bailar disfrazado y mediar con los límites entre la educación y la diversión.
Mi vida hasta los 12 años fue sumamente simple, no recuerdo momento alguno, en el que me quisiera arrepentir o que mis lágrimas de enojo, tristeza o molestia, supiera que cambiarían mi vida para siempre. Disfruté de conocer pueblos, playas y otro país con el fuerte ejemplo de mi padre, sacándonos de nuestra ubicación en búsqueda de conocer y encontrar otros lugares para disfrutar. Hice varios deportes, aprendí la responsabilidad del cuidado de mis cosas y compromisos tanto individuales como en equipo. Aprendí de cero muchas cosas que, muchos años después, me siguen sirviendo para la toma de decisiones, para orientar a otros y como referencia para encaminar mis gustos y preferencias.
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