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La urgencia de la compasión: un llamado al alma humana --Paula Guzman

Vivimos en un mundo de avances tecnológicos vertiginosos, de conexiones digitales que viajan más rápido que la palabra, y sin embargo, algo esencial parece rezagarse: la compasión. No como un gesto pasajero o una emoción tibia, sino como un valor profundo que nos recuerda nuestra humanidad compartida.


La compasión es más que sentir pena por el otro; es la capacidad de ponernos en sus zapatos, de mirar sus heridas como si fueran nuestras, de tender la mano sin preguntar si es merecida. Es una fuerza que trasciende fronteras, credos y estatus. En tiempos de polarización, de juicios rápidos y de indiferencia sistematizada, la compasión es un acto de resistencia. Una decisión consciente de ver al otro no como enemigo, ni como amenaza, sino como reflejo de lo que también somos.


Necesitamos más líderes compasivos, más docentes que eduquen con empatía, más padres que críen con ternura, más ciudadanos que actúen con conciencia social. Porque cuando la compasión guía nuestras acciones, cambia la forma en que gobernamos, trabajamos, cuidamos y construimos comunidad.


No se trata de caridad, sino de justicia. No de debilidad, sino de coraje. Porque la compasión es el valor de los fuertes: de quienes deciden sentir, aun cuando hacerlo duela. De quienes creen que el dolor del otro también es parte del suyo, y que sanar juntos es el único camino posible hacia un futuro verdaderamente humano.


Hoy más que nunca, el mundo no necesita más velocidad, necesita más alma.

Y la compasión, con su silenciosa grandeza, es el alma que nos une.


 
 
 

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