El viaje final 5
Ana despertó temprano y salió al patio a ver a su jardín, el sol apenas asomaba y el aire gélido le azotó la cara con sus navajas. Volvió a entrar para buscar un abrigo, y el salir vio a su perra escarbando entre las plantas. Una mañana más, como todas, pero helada esta vez y oscureciéndose, como se iba oscureciendo su alma. Sus huesos odiaban el invierno.
Después del desayuno, salió a caminar con su perra por la orilla del rio. Era su lugar predilecto. Con esfuerzo, ambas caminaron cuesta arriba. Los años pesaban como mochilas llenas de piedras para ambas.
El día anterior había llovido mucho, el río estaba crecido y sus aguas se desparramaban cuesta abajo con remolinos de chocolate.
Ana recordó a su madre, con quien siempre había transitado por ese mismo sendero oyendo las anécdotas que su mente desvariaba y que tanto le dolían.
La había perdido joven y seguía teniendo una rara conexión con ella, y la extrañaba tanto, ahora, que ya había superado su edad de vida.
Se ensimismó tanto en sus pensamientos que no se percató de los oscuros nubarrones que se apretaban y giraban, hasta que un negro tirabuzón la levantó del suelo y la arrojó a las turbias aguas.
Y fue allí, en ese infinitivamente minúsculo segundo de estupor antes de hundirse en la masa helada y oscura que la arrastró para siempre, que Ana sintió la mano de su madre en la suya, acompañándola en su viaje.
Y sonrió.
EL CACHORRO 1
El viento rugía en la noche tormentosa. Los relámpagos restallaban como latigazos rajando el cielo en mil pedazos. Violentas ráfagas azotaban las copas de los árboles y se desvanecían en remolinos que arrastraban las hojas del otoño, que traían rumores a su ventana.
Sentada en el suelo en un rincón, con la espalda apretada contra la pared, (Raquel recordaba todo lo ocurrido con el cachorro recién nacido esa mañana..)
Ahora, los perros reunidos en jauría rodeaban la casa y corrían alrededor, aullando rabiosos y dando furiosas embestidas contra la puerta y las ventanas, arañando, golpeando hasta romper una abertura y entrar. Venían por ella.
Y fue en ese exacto instante fugaz, de alarma desconcierto y pánico, como un pájaro antes de echarse a volar, cuando sintió los primeros colmillos clavársele en su garganta, desgarrándola, que un recuerdo estalló en su cerebro como una bengala, venían por ella, porque había trastabillado esa madrugada, y sus torpes manos habían dejado caer el cachorro, que se partió la cabeza en el helado concreto.
CUENTOS 1
Ana solía transitar ese camino todas las noches al regresar del trabajo. Era un lugar solitario y oscuro, de un barrio con senderos de tierra y espesos árboles a cada lado. Las construcciones eran pobres separadas por grandes baldíos llenos de maleza.
Ella estaba acostumbrada ya, después de tantos años, y no temía la oscuridad, ni el barro en épocas lluviosas, ni el silencio poblado de grillos y chicharras. Se entretenía hablando con la luna, las estrellas y con cuanta cosa se cruzara ante sus ojos.
A lo lejos ladraban los perros persiguiendo vaya a saber qué bicho del campo que osaba trasnochar y desafiar sus iras. Ella los conocía a todos y sonrió al reconocer sus ladridos.
Se detuvo de pronto ante el repentino silencio del concierto de insectos nocturnos. Un silencio ominoso que le hizo contener el aliento a la espera de...
Primero oyó el gruñido seguido del rasgar violento del aire de un cuerpo que se dispara hacia ella...sólo estiró el brazo con el puño cerrado que se incrustó en las fauces abiertas del animal hasta el fondo de su garganta desgarrándola...un estertor seguido de violentas sacudidas y quietud. Sólo el olor de sangre fresca y un brazo adolorido.
EN BUSCA DEL INFINITO
Se levantó temprano antes que el sol y conoció la aurora. Así comenzó a caminar.
Contó una a una las huellas de sus pisadas, las piedras del camino y las nubes, sin olvidar las estrellas. Muchas preguntas se enredaron en sus cabellos, pero con el viento las fue respondiendo antes que la lluvia borrara los recuerdos.
Y caminó, trepó una montaña buscando el sol. Sin volver la vista, lentamente, dejó el mundo atrás.
Y fue cuando cerró los ojos para no encandilarse, que desplegó sus alas y estirando las manos alcanzó sus sueños, abrazó sus sueños
y se dejó llevar.
Allá lejos, un día, unos caminantes la encontraron, montaña arriba, aún con las alas extendidas.
Ella sólo quiso saber dónde terminaba el infinito
Autor Ana Ulhela
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